Antes de venir a vivir a Cantabria, cuando aprovechábamos tener tres días seguidos para salir pitando del trajín de Madrid para empaparnos de la naturaleza del norte, cuando el camino más corto e interesante, era venir por el puerto del Escudo. Siempre que pasaba por Paradores de Bricia, antes de llegar al puerto de Carrales en dirección a Santander, se abre a la derecha un pequeño valle, tremendamente verde y rodeado de montañas. Pues bien ha llegado el momento de cumplir otro deseo y descubrir este valle, de paso mataremos “dos pájaros de un tiro” visitando el Desfiladero de las Palancas.
Tengo que reconocer muy a mi pesar, que hemos realizados pocas marchas por la vecina provincia, y no entiendo muy bien el porqué, pues la zona Norte de Burgos es alucinante y muy desconocida, por lo menos para nosotros. Muchas veces la hemos visitado en coche, pero solo descubres un porcentaje muy pequeño de lo que esconden sus rincones. Visitar este pequeño valle es descubrir una pequeña joya escondida, con unos pequeños pueblos, que no lo son en belleza.
Dejamos el coche en Bricia, luce el sol, pero solo es un engaño, la temperatura exterior de 6º y el viento del norte nos hace volver a la realidad ¡Hace mucho frío!. El pueblo parece fantasma, solo nos recibe un lugareño que viene de dar un paseo matinal. Nos deseamos un buen día y avanzamos por el camino que nos llevará hasta Crespo. Este camino recorre el valle por la parte más alta en su vertiente sur. Por lo que vamos teniendo buenas vistas al mismo.
El sol nos deja y unas amenazantes nubes del norte se van acercando cada vez más. Ahora el camino va descendiendo entre el bosque hasta llegar a la carretera que llega a Crespo, localidad del Valle de Manzanedo y que conserva una hermosa iglesia románica. Nos desviamos de nuestro camino para verla y pasear por sus calles.
Después de recorrer su calles y coger alguna nuez, volvemos a buscar una senda que nos llevará hasta el desfiladero de las Palancas. La senda esta muy cerrada de escajos y nos obliga a seguir paralelos a ella entre los pinos, un poco más adelante la senda se despeja y volvemos a ella. Pero enseguida se vuelve a cerrar, hay unas cintas atadas a las ramas que indican el camino, pero se cierra mucho y buscamos otra alternativa paralela más despejada.
Al final nos encontramos con el camino que se dirige al desfiladero. Atravesamos el arroyo de la Pisa y nos encontramos con el sendero de gran recorrido GR-85, que recorre las Merindades. Le seguimos hasta el desfiladero que atravesamos cual cabritillas saltando de piedra en piedra. Los paparazzi con las cámaras atentos a las caídas, pero nuestra destreza hizo que se fueran a casa sin ninguna exclusiva.
Recorrido parte del desfiladero volvemos por nuestro pasos y seguimos las marcas del GR hasta llegar a Munilla, que nos recibe con un manto de agua que nos obliga a ponernos a cubierto. Munilla es un pueblo de calles empinadas, casas muy bien conservadas y con un entorno envidiable. Lástima que la incesante lluvia no nos dejó disfrutar y recorrer sus calles.
La idea original de subir al pico Cielma, la tuvimos que abandonar, el tiempo arrecia y ya no vemos la cumbre del pico, lo mejor es abandonar la idea y volver a los coches. Aprovechamos una pausa para ponernos en camino de vuelta a los coches, apuramos el paso para intentar comer en un sitio más acogedor. La lluvia y el viento nos invitan a no entretenernos muchos.
Ahora recorremos el valle en sentido contrario, por una pista a media ladera que recorre la vertiente norte en dirección a Villanueva de Carrales. La pista pasa por el pueblo abandonado de Perros.
Es un rincón muy hermoso con unos ejemplares de fresnos de gran porte. Seguimos por la pista hasta pasar por un pinar, aquí nos desviamos por la pista que baja al valle hacía la izquierda, tenemos que atravesar el valle hasta la vertiente sur donde se sitúa encaramado a las rocas el pueblo de Bricia, nuestro destino.
Al final llegamos a los coches sin comer, nos cambiamos y buscamos el calor de un bar en Cilleruelo de Bezana, donde su propietaria muy amablemente nos dejó comer y entrar en calor.
Me ha vuelto a sorprender muy gratamente la ruta realizada, es un bello valle que contiene una gran variedad de flora, los bosques se alternan entre hayas, robles, encinas y pinares, una mezcla rara y sorprendente. Esa especie de corazonada que brotaba durante los trayectos de Madrid a Cantabria al pasar por estas tierras, ha resultado ser cierta y muy satisfactoria. Me gustaría volver en primavera, cuando los campos explotan de vida, seguro que merece la pena repetirla y contemplar la singularidad de estos parajes.
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